Cuando entró al despacho comprendió lo que había pasado. Al parecer, el mural se había caído del muro y alguien lo había recogido. Por eso y solo por eso, había llegado a la atención del director y de algunos compañeros, y habían mirado con más detenimiento el contenido.
Al director le parecía muy bien "lo de la filosofía y el diálogo", pero pensó que había preguntas que era mejor no hacerle a los niños. ¿Cómo cuál? La que realmente le espantó fue la siguiente pregunta:
Para que tú comas pollo, alguien tiene que matar un pollo. ¿Comer pollo es igual que matar pollo?
Era una de las preguntas que los niños y niñas habían querido plasmar en el mural. El director pidió a la profesora que la borrara del mural.
La profesora le preguntó la razón por la que esa pregunta en concreto la parecía problemática y el director le dijo que quería evitar una revolución de las familias, "porque ya verás como todos los niños lleguen a casa diciendo que ya no quieren comer pollo nunca más..." La profesora se rió y le dijo que ninguno de los niños había llegado a esa conclusión, aunque tampoco hubiera pasado nada si alguno lo hubiera hecho o se lo hubiera cuestionado.
Le contó que el diálogo se había centrado en la definición de matar, en la diferencia entre matar y mandar matar, por ejemplo. Había surgido la idea de que quizás comprar carne en el mercado o en el supermercado ya cortadito en filetes y comérselo tranquilamente en casita se parecía más al comportamiento de un carroñero que a un cazador.
El director torció el gesto, sonrió. "Ah, qué interesante. No... si a mi me parece muy bien el proyecto, pero por favor, borra esa pregunta del mural".
La profesora le contó que el centro de la conversación, lo que más les había divertido de todo el diálogo, había sido la conversación sobre qué cosas no comerían nunca, nunca, nunca, nunca. Esa explosión de imaginación de cosas en principio incomestibles como repentinas posibilidades para un plato les había hecho primero disfrutar describiendo mil disparates, pero luego centrarse en las razones por las que se puede considerar que algo es comestible o no es comestible.
Y el director puso fin a la conversación: "me parece un trabajo muy interesante, de verdad, pero sigo pidiéndote que la borres".
Así que la profesora borró la pregunta.
¿Cuál es la idea que hay detrás de este deseo de acotar el pensamiento de los niños? ¿Pensamos que censurándoles determinadas preguntas evitaremos que piensen sobre ellas? ¿Que piensen sobre ellas, que construyan sus propias ideas y las sustenten con argumentos nos conviene más bien poco a los adultos? ¿Un niño poco reflexivo es más obediente?
Justo acabando la preparación de nuestro próximo título, Lo que tú quieras, sobre la libertad, tenemos una tendencia a enmarcarlo todo dentro de un diálogo sobre la libertad. ¿Qué supone esta actitud en términos de la libertad de pensamiento de los niños? En una de las escenas del nuevo título os presentaremos un "lector de pensamientos" con el que una madre controla los pensamientos de su hijo. Asumimos que a este director ni siquiera le hará falta porque parece pensar que evitando la pregunta, evitando el diálogo, se evita ya de partida el pensamiento. ¡Así de fácil! ¿Para qué habría que censurar si se puede evitar?