Pensando sobre estas preocupaciones y sobre nuestra respuesta a las mismas, nos ha parecido que todas tienen que ver con el uso de la pregunta como eje del material (sin dar respuestas "correctas", ni siquiera "buscadas" o "deseadas"). La pregunta verdadera (no la que busca y exige una respuesta predeterminada, ni la retórica, ni la de cortesía) como forma de comunicación, de indagación y descubrimiento es algo a lo que estamos poco acostumbrados, por lo que en cierto sentido es normal que despierte dudas e inseguridades, especialmente cuando lo aplicamos a nuestra relación con niños y nos reconocemos a nosotros mismos como co-indagadores en lugar de autoridades transmisoras de verdades. No es tan fácil.
Veamos entonces esas dudas.
1. ¿Realmente es lícito cuestionarlo todo, "jugar" con todo?
Una librería a la que mandamos Mundo cruel como regalo a modo de carta de presentación, devolvió el título a nuestro distribuidor con una nota vehemente: “no puede estar más alejado de nuestra forma de ver el mundo”. La verdad, no entendimos qué quería decir. Nuestra esfuerzo se centra en no presentar una visión determinada del mundo (aunque sí una forma de relacionarse con el mundo, de observarlo, de pensarlo y de evaluarlo), por lo que no entendíamos que hubiéramos presentado una visión que pudiera ofender. Tras pensarlo mucho, se nos ocurre que esta reacción visceral puede ser por el uso del humor en un asunto tan serio como la crueldad. "Ciertos temas no son para reírse", parece que nos querían decir. "Con la crueldad, no se juega, ni se cuestionan determinadas verdades". Si nuestra interpretación es correcta, se entendería que para abordar la crueldad con niños, sería más apropiado hacerlo desde la condena inequívoca que desde la reflexión abierta, que deja lugar a posibles respuestas que no preveíamos y no queríamos inculcar en el niño como adultos responsables de su formación.
La forma más habitual de hacer esta condena inequívoca sería mediante la presentación de modelos a seguir o ejemplos a evitar. El choque estaría entre una reflexión abierta (y por tanto no controlada en su resultado) frente a la necesidad o conveniencia de ejemplarizar (positiva o negativamente) en la educación ética y moral.
En general, en la historia de la literatura infantil y en el material concebido para educar en valores, se distingue entre las modalidades donde se presentan conductas y modelos positivos a imitar y las modalidades donde se presentan conductas y ejemplos negativos a evitar. En el sentido en que nos interesa aquí, se trata de dos lados de la misma moneda: la condena inequívoca o la prescripción inequívoca. Según este enfoque, que sigue siendo predominante en la educación en valores y en la "literatura" al servicio de la educación en valores, el mundo adulto acuerda una serie de valores que sería nuestra responsabilidad transmitir e inculcar en los niños -adultos del futuro- y se diseñan medios de transmisión a tal efecto que muestren ejemplos de niños tomando la decisión "correcta", por ejemplo, en una determinada situación.
La idea es que mediante la presentación del ejemplo de la toma de decisión "correcta" por parte del modelo a imitar, los niños van asimilando el valor como algo deseable y correcto. A base de repetición durante la educación de los niños, estos valores acabarían asimilándose.
Este enfoque asume un modelo de transmisión o inserción de valores, en el que, por ejemplo, la idea de que "no hay que matar hormigas" se transmite al niño, que aprende y asimila, en dicha transmisión, el precepto moral.
El problema aquí es el concepto de aprendizaje. El modelo de "transmisión de valores", en el que el niño sería un recipiente a llenar por unos adultos que saben, otorga un papel pasivo al sujeto aprendedor que imposibilita, a nuestro modo de ver, un verdadero aprendizaje. Para que tenga lugar el aprendizaje, el niño debe ser una parte activa -la principal- de ese aprendizaje, y en este modelo no es fácil verlo.
Se podrá reclamar que en este modelo, el proceso de transmisión también puede ir acompañado de un proceso de reflexión. Sin embargo, la propia forma en la que se presentan los ejemplos imposibilita una reflexión real. La reflexión requiere preguntas reales, requiere de cierta ambigüedad, de la posibilidad de que haya otras formas de ver el mundo. Si en la propia presentación del caso, se excluyen otras formas de ver, la reflexión no puede ser más que un nombre bonito que ponerle a un simulacro.
Así, la decisión "difícil" que suele tener que tomar el modelo de comportamiento ejemplar se presenta en forma de supuesto dilema moral cuando en realidad suele ser una burda elección entre "el bien" y "el mal". (El verdadero dilema moral se da, por ejemplo, cuando la circunstancia obliga a elegir entre dos males).
Lo que Wonder Ponder propone, frente al modelo ejemplar (a imitar o a evitar) es un modelo de indagación moral, que exige cuestionamiento, reflexión, y asumir responsabilidad por nuestros posicionamientos. Frente a la condena o ejemplarización inequívoca proponemos una reflexión abierta. ¿A riesgo de que alguien pueda alcanzar una conclusión "no deseada"? Decididamente, sí. Una conclusión meditada y argumentada ante otros será más real y nos dirá mucho más acerca de su "propietario" que una conclusión recibida en bandeja y "asimilada". La vida moral y ética rara vez viene en blanco y negro. Y si los adultos rascamos un poco, no tardaremos en traducir ese "blanco y negro" en "imitable y evitable":
No sólo es lícito cuestionarlo todo, sino que, si somos serios, es imposible no hacerlo.
2. ¿Cuestionar y pensar sobre determinadas cosas puede hacernos sufrir?
Un cliente de una de nuestras librerías estrella (hay un puñado de librerías en España que parece que trabajan para nosotras de tanto que nos recomiendan y venden -¡gracias!-) parecía interesado en un inicio pero luego dijo: “pero si le enseño esto a mis hijos, pensarán en ello”. “Sí’, dijo la librera, “esa es la idea”.
Entre adultos, es frecuente pensar que exponer ciertos materiales a los niños les puede hacer pensar en temas en los que de otro modo no pensarían. La preocupación parece ser que presentarles material sobre ciertos temas (como pueden ser la muerte o la crueldad) les expone innecesariamente a asuntos de los que de otro modo serían más o menos felizmente ignorantes o al menos asuntos que de otro modo no someterían a una reflexión pausada, sacando o entreviendo una serie de posibles conclusiones, quizás no demasiado reconfortantes.
Lo importante, creemos desde Wonder Ponder, es entender que los adultos no imponemos la agenda de los temas en los que van a pensar los niños. No podemos controlar lo que "entra" en el niño, ni tampoco lo que sale del mismo. No podemos garantizar que el niño solo pensará en lo que le permitimos pensar con nuestros filtros y escudos. Los niños, desde edades muy tempranas piensan sobre la vida, la muerte, la enfermedad, la injusticia, la felicidad, la crueldad, la culpa, la frustración, y también muestran perplejidad sobre la propia existencia, la diferencia entre fantasía y realidad, entre lo verdadero y lo falso y lo que podemos saber con certeza y lo que no.
Pensar sobre determinadas cosas puede ser duro, pero lo es mucho menos si se piensa y se dialoga abiertamente y se contrastan visiones que si se aparca o se posterga el pensamiento "para cuando seas más mayor y lo entiendas".
3. ¿Pero para qué vamos a preguntar y pensar sobre estas cosas cuando no hay ningún problema?
El propietario de otra librería nos dijo que no entendía por qué se habría de hacer pensar a los niños en estas cosas (“quizás para niños con problemas, que necesiten terapia”). “Los niños de ahora”, añadió, “son tan inocentes que ni siquiera reconocerían la crueldad si la vieran. Mis hijos y sus amigos son todos muy buenos, yo lo veo cuando los observo jugar”.
En este caso, se produce un choque entre el modelo de esperar a abordar problemas hasta que salgan a la luz y tratarlos únicamente con los protagonistas directos del problema frente al modelo de reflexionar sobre situaciones reales, hipotéticas, ficcionales o futuras para que, en caso de que surja un problema o una situación difícil de afrontar se sepa identificar y que ya haya un proceso de reflexión previa que puede servir de herramienta para abordarlo o comprenderlo mejor.
Nosotras entendemos que si esperamos a que surjan los problemas para dialogar, corremos el riesgo de limitar el diálogo a momentos de necesidad, como si el diálogo fuera algo a evitar a no ser que sea estrictamente necesario. Desgraciadamente estos momentos de necesidad suelen ser también momentos dramáticos y traumáticos. Y en estos momentos, efectivamente, es muy difícil hablar. Especialmente si nunca se ha hablado antes.
Pensar y preguntar sobre estas cuestiones "sin venir a cuento", puede ayudar a los niños y niñas (y a nosotros) a afrontar cuestiones, pensar sobre ellas, darles la vuelta, prepararnos y familiarizarnos con cuestiones que ya están afrontando o que afrontarán en algún momento en el futuro próximo. Les ayuda a identificar sus propios sentimientos y las razones por las que pueden sentir lo que sienten y también los sentimientos de otras personas. Les hace conscientes de que es posible pensar sobre el mundo y les da “permiso” para pensar sobre ello.
Lo que se propone desde Wonder Ponder, y desde la filosofía para niños en general, es hablar con los niños sobre todo, para que se acostumbren a pensar en todo tipo de cosas. Como efecto secundario de la reflexión filosófica, es muy posible que estén mejor equipados para afrontar ciertas cosas, o que tengan menos miedo para hablar de ellas, cuando se les presenten sin avisar en la vida.
4. ¿No es inevitable dirigir el pensamiento de los niños hacia donde "nos interesa"?
Y por último, hay a quien preocupa que dirijamos inevitablemente el pensamiento de los niños hacia donde "nos interesa". Es una preocupación que suele expresarse antes de haber visto el contenido de la caja con detenimiento, pero lo que parece preocupar es que las preguntas dirijan en alguna dirección determinada al niño.
¿Por qué será que salta la preocupación más cuando se dirige hacia el cuestionamiento y a la pregunta que cuando se dirige el pensamiento propiamente dicho, en forma de mensaje o moraleja?
Lo que nos proponemos en Wonder Ponder es usar esa capacidad de “dirigir” de la imagen para provocar preguntas en lugar de dirigir a pensamientos determinados, como ocurre con demasiada frecuencia en la literatura infantil, y no hablemos ya de material sobre valores. Dirigimos a preguntas y luego a la pregunta contraria en una misma imagen.
Si un niño está enfadado, queremos que el lector/jugador se pregunte por qué y no necesariamente interprete el enfado como una explicación de la escena.
Hemos cuidado mucho que cada imagen "contenga multitudes", a lo Whitman. Y precisamente, a la vez que aparentemente dirijan en una dirección determinada, propongan justo la contraria o introduzcan una duda. Hemos incorporado perspectivas múltiples siempre que hemos podido. Invirtiendo roles, exagerando realidades y cuestionando lo a menudo incuestionable se trata de que cuando miremos las imágenes precisamente nos asalten dudas de todo tipo, antes de darnos cuenta de que para contestar servirá mucho empezar de nuevo.
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Los libros que hacen preguntas sin proporcionar respuestas y como en este caso, donde no hay una respuesta “correcta” que el adulto puede reservar hasta el final del proceso de reflexión para soltarla como un mago y resolver todas las dudas, despiertan dudas e inseguridades en muchos adultos.
En un sistema educativo y en general en una sociedad donde se concibe a los niños como recipientes en los que podemos verter lo que más nos interesa como sociedad o lo que creemos que más puede interesar al niño para vivir en esa sociedad, donde se opera desde el convencimiento de que podemos controlar lo que entra en el niño, como adulto no es fácil ni cómodo bajarse de ese pedestal de autoridad, donde tan seguros y tan a gusto nos encontramos, para caminar con el niño y –de verdad– indagar junto a él en las posibles respuestas a una pregunta. Reconocer que él o ella te puede iluminar a ti, al igual que tú a ella. Abrirse a que te haga una pregunta cuya respuesta desconoces y poder decir: “no lo sé, pensémoslo juntos” y luego pensarlo juntos de verdad, y no desde la superioridad adulta. Esto no es fácil tampoco. Y Wonder Ponder demanda justamente eso. Wonder Ponder le dice al mediador, ¡eh tú! ¡Juega tú también! ¡Piensa tú también, que no lo tienes tan claro!
¡Y seguimos preguntando!
En la segunda caja, que se editará en mayo, planteamos escenas y preguntas sobre la identidad personal y la inteligencia artificial. ¿Sabes con total certeza que eres una persona? ¿Cómo sabes que en realidad no eres un robot? Si tuvieras dos o tres cerebros, ¿serías dos o tres personas? ¿Qué es exactamente una persona? Y tú, ¿qué piensas?