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Filtering by Tag: Necesario

Libros necesarios y libros no tan necesarios. Ellen Duthie se pregunta si es más necesario hablar sobre la crueldad que sobre la imaginación, la realidad y los sueños

Ellen Duthie

Hace unos meses nuestra autora Ellen Duthie fue invitada a hablar en una de las cálidas, ricas y *necesarias* Tardes de Altamira organizadas por Ediciones Ekaré.

Ellen tituló su charla “En defensa de lo innecesario” y esbozó algunas ideas que le venían rondando la cabeza dede hacía un tiempo.

Las hemos querido compartir aquí, aunque sigan en forma de esbozo, porque pensamos que dan que pensar interesantemente. Se trata de una transcripción, no exacta y con ligeras variaciones de edición, de lo que dijo Ellen.


[…] Este espacio que habéis generado en las Tardes de Altamira es de verdad un lujo, porque justamente es el tipo de espacio donde una se siente que puede hablar de lo que quiera, incluso de cosas de las que no he hablado antes y meterme en berenjenales como tener que prepararme esto a toda prisa. Y es un lujo esa libertad, de no tener que hablar de esto o de aquello, de no estar hablando al servicio de nada, de no tener que asegurarse de incluir una cosa u otra… no te olvides de decir esto, no vayas a decir eso otro…  Se podría decir incluso que con las Tardes de Altamira habéis creado un espacio necesario.

Un espacio adonde se puede venir a hablar de lo que te guste, aunque no sea estrictamente necesario, y aunque de lo que se quiera hablar sea de lo innecesario.

Y quiero señalar, antes de arrancar, que es significativo que haya elegido la palabra “innecesario” en el título en lugar de “inútil”.

Sobre la utilidad de lo inútil hay mucho que leer. Pero de partida recomiendo este librito chiquito que seguro que más de uno conocéis y que te lleva a innumerables lugares dentro de la reflexión sobre lo inútil: La utilidad de lo inútil. Un manifiesto, de Nuccio Ordine.

Pero no solo lo recomiendo yo. En la página de Acantilado, recogen citas sobre el libro de otros autores y de reseñas:

“Un libro necesario…”, dice Roberto Saviano.

“Inteligente y necesario. Imprescindible…” dice Fulgencio Argüelles.

«Un libro oportuno, oportunísimo diría yo, incluso necesario.”, dice Manuel Arranz.

“Un texto combativo, necesario”, añade Emiliano Molina.

¿Quedó claro, no?

En su libro, Ordine advierte que la palabra “Utilidad” en su título “no es la misma en cuyo nombre se consideran inútiles los saberes humanísticos y, más en general, todos los saberes que no producen beneficios”, sino más bien se refiere a la utilidad de aquellos saberes cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista.

“En el universo del utilitarismo”, dice Ordine, “en efecto, un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro: porque es fácil hacerse cargo de la eficacia de un utensilio mientras que resulta cada vez más difícil entender para qué pueden servir la música, la literatura o el arte”.

Y habla del saber como fin en sí mismo: “Existen saberes que son fines por sí mismos y que – precisamente por su naturaleza gratuita y desinteresada, alejada de todo vínculo práctico y comercial – pueden ejercer un papel fundamental en el cultivo del espíritu y en el desarrollo civil y cultural de la humanidad. En este contexto, dice, considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores.” A este punto volveré más adelante.

Pero quería aclarar que aunque hablaré también sobre lo inútil además de sobre lo innecesario, el foco de la charla no es la inutilidad de lo bello, ni la literatura como algo que no debe ser “para” nada excepto para sí misma, aunque no garantizo que no caiga un comentario sobre ello.

No es una charla sobre la mercantilización del saber, sobre la pragmatización de la educación a costa de las humanidades por el bien del futuro laboral de los estudiantes. No es exactamente eso, digo, y sin embargo, algo tiene que ver también.

[…] ponemos el foco en “lo necesario”, en términos de alimento moral, espiritual y en menor medida, mental.
Este “en menor medida” es importante. 

Aunque lo que me interesa sí guarda cierta relación con la vieja tensión entre lo útil y lo inútil, o con la idea que subyace al progresivo desfinanciamiento y desaparición de las humanidades en determinadas universidades y escuelas, no es la misma tensión. La tensión entre lo necesario y lo innecesario de la que yo quiero hablar esta tarde, creo que es de alguna manera el producto de un intento de realineación de prioridades, donde las personas biempensantes -entre las que me incluyo y me atrevo a incluir bastantes de los que estamos aquí- huimos de la idea de medir el valor de las cosas por su utilidad, en términos económicos o en términos de beneficio inmediato y cuantificable y en cambio ponemos el foco en “lo necesario”, en términos de alimento moral, espiritual y en menor medida, mental. Este “en menor medida” es importante. 

Lo que hace tiempo que vengo pensando es que ese foco en “lo necesario” puede ser problemático, tramposo quizás. Y eso es lo que voy a tratar de plantear aquí.

Y mi planteamiento es tentativo, como una reflexión, un tanto apresurada, en voz alta.

Mi planteamiento es el siguiente.

¿Quiénes de los que estamos aquí pensamos que la educación filosófica debería tener un mayor papel en la escuela en España?

¿Quiénes de los que estamos aquí abogaríamos por más y mejor arte en las escuelas, más y mejor música, más y mejor literatura -lectura y escritura-?

Es decir, en el sentido mercantil, estamos todos muy a favor de lo inútil.

Y lo que sugiero que ha pasado es que puede que no todos nosotros, pero sí muchos, tan a favor de lo inútil, hemos sustituido la idea de “útil” por la de “necesario”.

Un libro “necesario”. “Imprescindible” incluso.

Una película “necesaria”.

A menudo hay una determinada expresión en el rostro que acompaña ese “necesario”, o esa “necesaria”. Bajamos los parpados y los mantenemos un par de segundos más de lo estrictamente necesario para el parpadeo, al tiempo que pronunciamos la palabra: “Es una película [bajada de párpados y pausa] necesaria. ¿No?

Y en general cuando se dice “necesario”, se piensa que ese “necesario” está precisamente en las antípodas del “útil” que tanto nos espanta.

¡El saber no es esclavo de nada! Sobre todo no del capital.

Pero lo que quiero sugerir es que está bastante más cerca de lo “útil” e incluso del capital, de lo que quizás pueda parecer a primera vista.

Y de hecho voy a arrancar hablando de lo útil y lo inútil para luego hablar de lo necesario e innecesario y para que se comprenda mi elección de palabra y que no es el mismo debate, aunque a veces todos los caminos llevan a un sitio parecido.

En mi vida, yo he tenido una relación muy estrecha con lo inútil.

“Un fondo de información inútil” con su nieta.

(No hace falta que hablemos del gorrito, pero el libro es The School, de John Burningham del que escribí amorosa y necesariamente en Lo leemos así.

Mi abuela paterna se refería a sí misma como “a fund of useless information”. Un fondo de información inútil. Claro, lo decía bastante encantada consigo misma. Era de las pocas personas (creo que la única), que he conocido que “hablaba” Latín. Lo había aprendido e incorporado en su cerebro cual lengua viva, al ladito del francés, del malayo que aprendió porque destinaron a mi abuelo a Malasia unos años, y del nada desdeñable poquito de español que aprendió en sus viajes a España. Cuando yo la visitaba de adolescente, habiendo ya empezado a estudiar yo Latín en el instituto, a veces me la soltaba, esa conversación latina, a la hora del desayuno para ver cómo iba. Y efectivamente, aunque en ella no estuviera muerto, el Latín a la hora de desayunar servía mal de vehículo de comunicación. Me preguntaba que qué tal el huevo pasado por agua en latín ”ovum sapidum est?” o algo por el estilo, y yo le miraba, poniéndole ojitos de esfuerzo cognitivo inútil. Efectivamente, era un ejercicio bastante inútil pero me intrigaba y me fascinaba que pudiera charlar en Latín como si nada. En cierto sentido, me parecía inútil pero deseable. Inútil pero “cool”. Guay.

También retenía, coleccionaba creo, nombres, datos, fechas, poemas enteros en inglés y en otros idiomas que no eran el suyo. ¿Y todo ello para qué? Ella misma lo decía, y se reía. ¿Para qué? Y entonces me parecía divertido también.

Otro día, yo tendría unos 11 años, mis abuelos me preguntaron para qué creía yo que servían los abuelos. No los veía mucho y siempre había una extraña formalidad en la relación. Cuando hablaban con los nietos era más como someternos a una entrevista que como mantener una conversación. En esa ocasión, a mí la verdad es que los abuelos me parecían como la literatura; no me parecían el tipo de cosa, la categoría, que entrara en elementos que “sirven”; que eso lo reservaba yo para objetos como sartenes y sacacorchos. Y se lo dije. Pero enseguida me ayudaron: los abuelos sirven para enseñar a morir. Oh! Dije yo. Que… ¿bien? Debo decir que en aquel momento ninguno de los dos estaba remotamente cerca de la muerte. Y quizás esa fue mi primer contacto con una acepción de “utilidad” no utilitarista.

Aparte de mi abuela, tengo la suerte de haber nacido en un hogar donde todo el mundo se dedicaba a cosas irremediable y gozosamente inútiles como escribir.

Cuando llegó la hora de solicitar plaza en universidades, yo llevaba dos años contestando robóticamente que iba a estudiar Derecho (inicialmente, lo confieso, por influencia de una serie de televisión: La Ley de los Ángeles, pero posteriormente simplemente por comodidad: así tenía una respuesta preparada que no generaba mucha charla posterior: ah, muy bien y ya, perfecto para el nivel de tolerancia a comentarios de una adolescente). Cuando llegó la hora, mis padres se sentaron conmigo y me preguntaron muy seriamente: ¿pero a ti qué te interesa? La filosofía, dije sin dudar ni un momento. ¡Pues estudia eso! Me recomendaron con deliciosa y lógica sensatez o irresponsable insensatez, según se mire.

Para toparme con la reacción de pensar que aquello era una irresponsable insensatez tenía que salir fuera de casa y no siempre venía de los adultos. Si decir que ibas a estudiar filosofía provocaba más de un arqueo de cejas, decir que ibas a estudiar Filosofía mental (así se llamaba en aquel entonces la carrera de filosofía en Edimburgo, desembocaba en un pitorreo sin miramientos. Sobre todo muchos comentarios en la línea de "¿y eso qué salidas tiene?" "¿y eso para qué sirve?" Esto es algo a lo que en general estamos acostumbradas las personas que optamos por estudiar filosofía: la visión de que es algo absolutamente alejado del mundo real y cualquier cosa menos urgente o necesario.  ¡Con la de cosas que hay que hacer! La filosofía, como mucho, sería un capricho para cuando todo está hecho. Y como nunca está hecho todo, pues ahí se queda y se va alejando poco a poco, desapareciendo del currículo educativo y de la vida pública para hacer sitio a lo útil, pero también a lo "absolutamente necesario e imprescindible".

Con estos antecedentes, lo normal sería que cuando en Wonder Ponder leemos descripciones de nuestros libros que incluyen las palabras "necesario" o "imprescindible", nos sintiéramos principalmente halagadas y vindicadas. Y aunque en cierto sentido efectivamente resulte halagador, en otros sentidos nos incomoda y nos deja insatisfechas. Trataré de explicar por qué.

Y aunque en cierto sentido efectivamente resulte halagador [que describan nuestros libros como “necesario” o “imprescindibles”],
en otros sentidos nos incomoda y nos deja insatisfechas. 

Hasta la fecha, hemos publicado cuatro títulos en la serie de Filosofía visual para niños y no tan niños de Wonder Ponder. Mundo cruel es una invitación a reflexionar sobre la crueldad, Yo, persona es una invitación a pensar sobre la identidad: quién somos y qué somos. Lo que tú quieras es una invitación a reflexionar sobre la libertad. Y Pellízcame, es una invitación a pensar sobre la realidad, la imaginación y los sueños. Las autoras de todos somos yo y la ilustradora Daniela Martagón.

Dos de ellos (Mundo cruel y Lo que tú quieras) invitan principalmente a reflexionar sobre cuestiones pertenecientes a las ramas filosóficas de la ética y otros dos (Yo, persona y ¡Pellízcame!) entrarían más en la rama de la metafísica, aunque en los cuatro casos haya ramificaciones de interconexión entre disciplinas, como suele ser el caso.

La idea es invitar a lectores de todas las edades a participar en una indagación en cada tema a partir de escenas pensadas y concebidas para provocar asombro, juicio, dudas y preguntas. Invitar a pensar.

 ¿Un proyecto necesario? Así en general, parecería que entraría en esa categoría. Un proyecto muy necesario.

 Pero aunque cuando en los medios y en los blogs se refieren al proyecto entero, a menudo salen las palabras “necesario” o “imprescindible”, si nos fijamos en cuáles de los libros concretos se suelen describir con estos adjetivos, encontramos un patrón curioso.

 ¿Cuáles de los cuatro títulos creéis que reciben mucho más habitualmente el adjetivo “necesario”?

 ¿CRUELDAD?

¿IDENTIDAD O PERSONAS O ROBOTS?

¿LIBERTAD?

¿O REALIDAD, IMAGINACION Y SUEÑOS?

 Con una diferencia considerable, Mundo cruel es el que con mayor frecuencia se describe como “necesario”, seguido de Lo que tú quieras. Los dos más éticos, en el caso de Lo que tú quieras algo de “político” también, se consideran “necesarios”. Los dos más metafísicos, como que un poquito menos.

Llevo un tiempo coleccionando instancias de descripciones de libros como “necesarios” y hay un índice apabullantemente alto de libros sobre la guerra, sobre refugiados, sobre género, sobre temas difíciles. Otros libros de otras temáticas reciben otros adjetivos. “Interesante”, “novedoso”…. Pero no necesariamente necesario. Entonces, si nos tomáramos al pie de la letra ese “necesario” y corriéramos a leérnoslos todos, nos pasaríamos el día leyendo sobre un número bastante reducido de temas. ¿Es posible que resulte limitador, sin pretenderlo, el adjetivo “necesario”?

 En el caso de Wonder Ponder, es probable que la explicación tenga varios otros factores. Por un lado, existe una relativa aceptación de la idea de ética para niños (quizás acompañada, aunque en mucho menor grado por la aceptación de la idea de la filosofía política para niños) y una más difícil aceptación de las ramas de la filosofía consideradas más elevadamente teóricas, como la epistemología, la metafísica o la lógica, pero también de la estética, considerada desde fuera más "difícil" o "abstracta". Y ¿por tanto? menos apta para niños.

Pero también hay un elemento de jerarquización de lo que nos parece más importante para el mundo y más importante compartir con niños que a mí me parece preocupante y que creo que empieza a retornar por el camino de lo útil frente a lo inútil.

Estoy convencida de que hay cierto sentido en que la razón de que Yo, persona y Pellízcame no sean descritos con tanta frecuencia como necesarios es porque la ética se considera más relevante, o más importante, que la metafísica.

Claro, no es nueva esta tensión entre filosofía pura y filosofía aplicada, la encontramos en Platón y Aristóteles la trata de resolver, apelando al valor intrínseco del saber. Lejos de ser nueva, realmente es otra formulación de lo útil / inútil, y esto es lo que me preocupa.

Wonder Ponder no es una editorial de ética visual para niños, sino de filosofía visual para niños (niños y niñas, sí). Pero aunque cuando se habla de filosofía, se nos llena la boca de “necesario”, a la hora de concretar qué filosofía nos parece más necesaria, parece que algunos lo tienen claro.

Y me parece preocupante porque si nos limitamos a dar a los niños lo que percibimos como “necesario” o “imprescindible”, excluimos el gozo por la literatura y el gozo por la filosofía. El placer de pensar. Se excluye, por ejemplo, el aspecto de juego que tienen algunos temas metafísicos. Es la tiranía de "lo necesario" o de "lo imprescindible". 

¿No tendrán derecho los niños a disfrutar de cosas totalmente prescindibles, aprender a distinguirlas de las imprescindibles por sí mismos, y aprender que si reducimos la vida a lo necesario e imprescindible, puede quitarle bastante alegría al asunto?

Esa sustitución de lo suciamente útil por lo elevadamente necesario no se sucede con facilidad. Y es fácil que ocurran estas cosas.

La ética para niños, por ejemplo, es más o menos integrable en el movimiento de la educación emocional o de la educación en valores (que prácticamente se han reducido la una a la otra -esto daría para otra conferencia-). Dicho de otro modo, desde ese movimiento, se ve la ética para niños como un amigo de la causa, como parte de lo "necesario" e "imprescindible" que debemos dar a nuestros niños en su educación.

Esa sustitución de lo suciamente útil por lo elevadamente necesario no se sucede con facilidad.

La moda de la educación emocional y de la inteligencia emocional, que en un principio surgió a partir de una constatación certera de que en la escuela el aspecto del desarrollo emocional y social de los niños estaba enteramente supeditado al desarrollo académico, medible y convertible  en fichas-píldora tras el cual todos los agentes podían  sacudirse las manos -hemos cumplido-, se ha convertido ahora, habiendo sido engullido por el mismo sistema que lo ignoraba y vertido en una tras otra serie de fichas o fórmulas más, en el principal enemigo de la diversidad y creatividad en los contenidos y materiales educativos, y en los libros -la literatura- que se ofrecen a los niños.  

Las emociones han sido secuestradas e incorporadas a un sistema que las considera necesarias y que las ha convertido en un mercado boyante. Ahí está de nuevo el capital.

Y en ese proceso es donde se ve envuelto nuestro Mundo cruel, pobrecito, tan necesario e imprescindible. Porque, se entiende, que es muy importante hablar de ética con los niños, como parte de su educación emocional. 

En esa sustitución de lo útil por lo necesario, enseguida el mercado lo fagocita y lo convierte en único. Toma esto y un poquito más de esto. Uno de los peligros de ir solo a por lo necesario.

 ¿Será “necesario” el nuevo “útil”?

Hagamos por que no lo sea.
Primero, no usemos el adjetivo en vano.

O reduzcamos su uso de forma que lo alejemos de lo útil, de lo santurrón y de lo susceptible de ser secuestrado comercialmente. ¿Quizás baste con recurrir a una variedad más amplia de adjetivos?

Se aceptan sugerencias. Gracias.